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miércoles, 22 de abril de 2015

Lampedusa, la tragedia invisible

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Los líderes europeos llevan semanas enfrentándose a un asunto espinoso, incómodo, y que los tiene paralizados ya que choca frontalmente con el sentimiento creciente de la población en contra de la inmigración: la crisis humanitaria del Mediterráneo. Esa que lleva años produciéndose en el patio trasero de nuestra casa y a la que prácticamente no le hemos prestado atención.
El pasado fin de semana tomó tintes dramáticos con el hundimiento cerca de la isla italiana de Lampedusa de un barco en el que viajaban cerca de 900 personas (muchas de ellas encerradas en la bodega, bajo llave, para que no pudieran subir a cubierta), en un intento desesperado por huir de un infierno de pobreza, terror y barbarie. Durante el fin de semana anterior, la guardia costera italiana había rescatado ya a cerca de 6.000 personas que intentaban llegar a la costa de Sicilia, procedentes del norte de África. Pero parece haber sido esta última tragedia, la que ha logrado sacudir la conciencia de los europeos y ha actuado como detonante para que los gobiernos de la Unión se hayan decidido a dejar a un lado sus discusiones sobre como equilibrar responsabilidades, y se hayan puesto manos a la obra, en busca de una salida a una crisis que parece estar convirtiendo al Mediterráneo en el cementerio de la vergüenza.
¿Cuántas personas más deben de ahogarse para que la Unión Europea se decida a actuar?


Europa debe de reaccionar, aunque sólo sea para acallar conciencias. No puede permitirse el lujo de mirar hacia otro lado, cuando miles de personas están siendo masacradas, extorsionadas y utilizadas como fuente de financiación por un grupo de fanáticos. Estaría permitiendo que se volviera a repetir en su territorio, otro genocidio como aquel que se llevó la vida de millones de judíos, y tendría para siempre sus manos manchadas de sangre.
En política, como en los negocios, la reputación lo es todo y dado el alto grado de responsabilidad exigido a cualquier empresa y por consiguiente a sus marcas, se hace ineludible que reconozcan la realidad del mundo en el que viven.
La política de inmigración europea es un desastre, un puzzle de 28 sistemas nacionales que varía enormemente y que se ven limitados por la política nacional de cada miembro, su historia y su cultura.
Los países del norte, son reacios a destinar más fondos para contener los naufragios en el Mediterráneo, en parte por las recientes protestas contra la "islamización de Occidente", y porque saben que al final, gran parte de los inmigrantes que reclaman asilo acabarán recalando en el norte de Europa. Y si Europa tiene algo claro es que el tema de inmigración no le hace ninguna gracia. Prueba de ello ha sido el surgimiento de nuevas fuerzas políticas y de leyes que intentan frenar la inmigración no sólo extracomunitaria, sino también a la procedente de países pobres como Rumanía y Bulgaria.


Las grandes minorías étnicas británicas y francesas se derivan en gran parte de su resaca imperialista. El multiculturalismo alemán nace de la mano de obra extrajera (principalmente turca y española), que ayudó a alimentar el milagro económico de la década de 1960. Y los países de la Europa Oriental eran hasta hace poco, sociedades cerradas detrás de un telón de acero, sin prácticamente experiencia en temas de inmigración masiva.
Pero la situación del Mediterráneo es una espiral fuera de control. Un verano de titulares que puede llegar a convertirse en la vergüenza de Europa. Y que puede golpear a la clase política donde más le duele, en los resultados electorales. Y a nosotros hacer que nos planteemos seriamente ¿hasta dónde llega nuestro grado de indiferencia?